

El lenguaje es el sistema en el que se expresan y manifiestan los elementos productivos y originadores de la creación. Por lo tanto, podemos decir, que el lenguaje puede “expresar” y, al mismo tiempo, “crear”.
Esta es la primera observación que obtenemos de los libros revelados, de los libros proféticos:
(117) Dio origen a los Cielos y a la Tierra. Cuando decide un asunto, Le basta con decirle “¡Sé!” Y es.
Sura 2 – al Baqarah
Es decir, “le dice”, utiliza el lenguaje para que las cosas, los asuntos, los elementos, se actualicen, existan, se originen.
Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz. (Génesis 1:3)
El mismo proceso creador: “Y dijo Dios.” Así fue, por el lenguaje, como se manifestó en la existencia el diseño del Creador.
En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. (Juan 1:1)
Sin embargo, nuestro concepto de lenguaje está asociado poderosamente a las lenguas humanas, a los idiomas humanos. Por ello, nos resulta difícil entender cómo “hablando”, pronunciando palabras, se puede generar algo que no existía previamente. ¿Acaso pueden las palabras, los sonidos de las palabras, generar vida, generar materia?
Estos interrogantes nos llevan a definir el concepto de lenguaje. Una posible definición podría ser –el código de bloques lógico y organizado a través del cual se expresa una idea o se manifiesta una partícula de realidad. Es decir, hay una estructura según la cual se acomodan estos bloques.
La primera de estas estructuras, el primer lenguaje, la encontramos en la célula, ya que la célula es la primera nafs (ver artículo XVIII), la primera entidad viva independiente y, por lo tanto, necesita de un lenguaje con el que poder expresarse y manifestar sus funciones.
El lenguaje celular consta de 4 bloques o bases nitrogenadas, nucleótidos, situados en la doble hélice del ADN (ver apéndice A y artículos IV y V). Cada uno de estos bloques está representado por una letra A-T-G-C que hacen referencia al nombre de las bases nitrogenadas o nucleótidos que conforman la estructura del ADN – adenina, timina, guanina y citosina. Con este alfabeto de 4 letras, de 4 nucleótidos, el ADN forma las diferentes secuencias, frases, párrafos, que necesita la célula para fabricar la proteína y para realizar otras muchas funciones. Podemos decir, pues, que a través de este alfabeto nucleótido, la célula expresa y manifiesta.
Siguiendo la ley de plantillas, a partir del lenguaje celular deberán formarse todos los demás lenguajes, también el humano.
Si tomamos como ejemplo el idioma árabe, veremos que consta de letras, 28, a modo de bases nitrogenadas o nucleótidos –28 bloques. Sin embargo, antes de la grafía viene el sonido. Los primeros bloques, pues, fueron sonidos extraídos por los malaikah del interior del cuerpo humano –el funcionamiento de los órganos produce sonidos, los fluidos, las fricciones, producen sonidos. Con todo ello, los malaikah, los primeros maestros del ser humano, insan, conformaron un alfabeto de 28 bloques sonoros organizados en secuencias verbales de tres sonidos (el verbo árabe es trilítero, va montado sobre una base de tres letras, de tres sonidos), de la misma forma que el lenguaje de la célula va montado sobre los llamados “codones” –bloques de tres nucleótidos que actúan como palabras que a su vez forman las secuencias genéticas o frases o textos. La secuencia genética de la leucina (un aminoácido esencial en la biosíntesis de las proteínas) consta de 6 codones:
UUA, UUG, CUU, CUC, CUA, CUG (la T de timina es substituida por la U de uracilo en el lenguaje de los ARN). Esta sería una frase de 6 palabras a través de la cual la célula expresaría la secuencia de la leucina que a su vez, unida a otras frases, formaría el texto completo de la proteína específica de esa célula. De la misma forma, la frase árabe, la acción o acciones que expresa, constará de codones, siguiendo la estructura trilítera propia de la lengua árabe:
حَـضَـرَ السَّـيِّـد فـَريـد مِـن السّـودان إلى القـاهِـرة. دَرَسَ اللـُّـغـة العَـرَبـيـة في جـامِـعـة القـاهِـرة، وَبَـعْـدَ الدِّراسـة رَجَـعَ إلى السّـودان وَهُـوَ الآن مَـوَظـَّـف كـَبـيـر في الخَـرْطـوم
El significado de la frase en cualquier idioma humano está basado en el verbo o verbos. En este caso, los tres verbos que explican el contenido de este texto son حَـضَـرَ (trasladarse, dirigirse), دَرَسَ (estudiar) y رَجَـعَ (volver, regresar). Los tres verbos, los tres codones, constan de 3 letras.
Así empezó el lenguaje humano, con sonidos extraídos del interior del cuerpo humano y organizados en palabras y frases, más tarde en textos, discursos.
Para que esas frases y discursos con sus complejas estructuras gramaticales puedan ser comprendidas y producidas por el hombre, insan, hace falta que éste posea un “aparato” decodificador que separe esos sonidos y los organice en palabras y frases, y los traduzca a ideas y conceptos. Este aparato es imperceptible e inasible, ya que pertenece al sistema operativo (ver artículo IX). Sin embargo, como en el caso de la enfermedad, de la vida o de la muerte, vemos claramente sus síntomas, sus signos, sus manifestaciones. No obstante, la capacidad de asociar esos sonidos a ideas y conceptos se irá desarrollando según las necesidades que vaya teniendo el hombre de expresarlos y producirlos –un niño árabe de 8 años es capaz de utilizar prácticamente toda la gramática árabe y un amplio vocabulario, pero habrá estructuras y términos, expresiones, que no se emparejarán con ninguna realidad de su entorno: “índice bursátil”, “coeficiente de crecimiento económico”, “genocidio” y otras. Hace falta tiempo, experiencia, situaciones… para que esos y muchos otros conceptos formen parte de su “mundo lingüístico”. De la misma forma, el insan, Adam y sus compañeros, necesitaron siglos, milenios, antes de completar la primera lengua. Tenían el aparato decodificador, pero los conceptos debían emparejarse con su realidad, con su experiencia y necesidades.
Podríamos preguntarnos ahora ¿de dónde surgió el vocabulario árabe, el primero? Obviamente de su entorno, de lo que el insan veía a su alrededor, de los animales de ganado, de los fenómenos atmosféricos, de los accidentes geográficos, de los sonidos del agua y del viento. Cuando buscamos una palabra árabe en un diccionario que da las etimologías y el uso del término en el tiempo, vemos que todas las palabras tienen este mismo origen que acabamos de mencionar. Busquemos, por ejemplo, la palabra “razón” ‘aqal عَقل, mal traducida por “mente”, y veamos de dónde viene: El término عَقْل es un sustantivo que deriva del verbo ‘aqala عَقَلَ, que significa –agarrar, restringir, atar las patas del camello con una cuerda, atar la pata delantera con la trasera a media altura. Cuando el camello está así atado, no se mueve. De la misma forma, cuando utilizamos la razón, nos mantenemos quietos, concentrados, sin saltar de un tema a otro. El loco, el necio, no puede mantener la atención más de tres segundos en un mismo asunto. No tiene razonamiento y por ello sus “patas” y “brazos” se agitan sin cesar. De esta forma se fue construyendo la primera lengua de la que derivarán todas las demás, eliminando sonidos difíciles de producir, cambiando otros, modificando la fonética, añadiendo palabras a modo de sinónimos y antónimos, variando ciertos aspectos de la gramática originaria… pero, en definitiva, manteniendo la estructura básica gramatical y fonética.
Más tarde, llegará la escritura. Probablemente con Ibrahim (ver cuadro C2 y referencia F4). Ahora, a esos sonidos se les dará una forma gráfica lineada reconocible (ver artículo XIV y cuadro C2), la misma gráfica a la que está volviendo el hombre de hoy, la misma que utiliza en su “alta tecnología”, en los teléfonos celulares, en las tarjetas de los ordenadores y procesadores. Las escrituras no lineadas constituyen una retórica innecesaria que impide la lectura rápida, conceptual, y la imposibilidad de almacenar gran cantidad de información en un espacio reducido. Estas escrituras no son un avance con respecto a las lineadas, sino un retroceso, una deformación que anula las ventajas de la escritura lineada. Todo lo que es decoración barroca, es encubrimiento, ya que oculta la realidad básica de las cosas en la que reside, precisamente, su belleza.
A partir de aquí habrá una inagotable profusión de grafías, sonidos, términos-conceptos, términos-enlaces, tiempos verbales, intensificadores… si bien, como ya hemos recalcado antes, la estructura básica del lenguaje humano se mantiene en todos los idiomas.
Todos los procesos humanos van unidos, entrelazados. Hay un Centro en el que da comienzo el bashar su existencia en cuanto que insan. En ese mismo Centro se le enseña el lenguaje humano después de haber desarrollado, como parte de sus nuevas capacidades cognoscitivas, el aparato decodificador del lenguaje. Es allí donde aprende todas las técnicas que necesita para su nueva forma de existencia. Allí caen las semillas de las que se originarán los animales de rebaño, propiciando los asentamientos estables y las sociedades propias de los hombres. Un Centro del que surgirá el insan y todos los elementos necesarios para su vida en la Tierra.
Es una incongruencia hablar de “lenguas originarias”, de la misma forma que es inoperante hablar de Centros originarios del insan. Ese concepto de multicentros nos lleva a un concepto caótico de la creación, nos lleva a la casualidad, al azar. Sin embargo, lo que vemos en el universo e incluso en la historia del hombre son patrones que se repiten y de los que no nos podemos salir. Lo mismo ocurre con el lenguaje humano –en apariencia hay muchas lenguas, muchos idiomas, muchos sonidos y grafías, pero en realidad, si podemos aprender otros idiomas diferentes al nuestro, al de nuestra madre, es porque todos ellos son derivaciones del originario y, por tanto, todos ellos siguen el mismo patrón, la misma estructura lingüística que el primero.
Cualquier idioma que inventemos artificialmente deberá conformarse a esa estructura lingüística primigenia. De lo contrario, nadie podrá aprenderlo, ya que el patrón-lengua se corresponde con el aparato decodificador del lenguaje –son dos piezas que deben encajar perfectamente. De no ser así, la maquinaria lingüística no funcionará. Si se produce una ruptura en la secuencia genética que se está expresando o se cambia el sistema de pares de los nucleótidos, los ribosomas serán incapaces de producir la proteína específica y esa célula morirá. Todos los elementos encajan unos con otros con tal exactitud, que el menor cambio, error o disfunción, originará una situación catastrófica. Y ello es así para que entendamos que nada en esta creación ha sido dejado al azar, a la casualidad. Antes bien, se trata de un diseño escrupulosamente planeado; una maquinaria tan compleja, en la que todas sus piezas encajan e interactúan unas con otras, que ninguna nafs con sano razonamiento podrá concluir que se montó ella sola, siguiendo un proceso contingente que acabó en un mecanismo tan perfecto, que el hombre sigue siendo incapaz de entender su funcionamiento intrínseco.
El lenguaje celular, el lenguaje humano, el lenguaje matemático… forman parte de la maquinaria existencial y todos ellos deben acoplarse con exactitud al aparato decodificador del lenguaje (de cualquier lenguaje), pues, de lo contrario, dejarán de interactuar con las capacidades cognoscitivas del insan, volviéndose incomprensibles, bloques estériles con los que será imposible construir un sistema de aprendizaje y comunicación.